El descubrimiento

¿Cómo nos influye el contexto en el que crecemos? ¿Cómo se configuran nuestras pasiones? Estas dependen sólo del contexto o de las personas que van conformando nuestras vidas? En esta ocasión María José Cano Cuesta nos habla de pasiones, historia y voces desenterradas…


Santiago, miraba a su alrededor intentando encontrar el más mínimo indicio de actividad humana. En medio de la plaza, con su bloc de notas en una mano y un gastado mapa en la otra, intentaba convencerse de que había seguido punto por punto las pautas que le habían enviado por Hotmail su agencia de viajes, las anotaciones, más las consultas que él había hecho antes de ponerse en camino, le aseguraban, que estaba en el lugar que habían elegido para sus excavaciones arqueológicas. Si bien, no era la arquitectura urbana lo que le había llevado allí, estaba seguro que sería un buen tema para un próximo estudio.

Calle Solana 2 era la dirección que traía anotada. Con paso decidido, se dirigió hacia una gran y decadente edificio. El rimbombante rótulo en la fachada, “Gran casino” le indicaba que había tenido tiempos mejores.

Empujó la desvencijada puerta y su chirrido sobresaltó al único cliente que se encontraba en el local. Tras el mostrador gastado por el paso de los años se encontraba, probablemente, el dueño del local.

-Buenas tardes, busco la pensión del pueblo, ¿me podría indicar cómo llegar? – preguntó.

 El hombre levantó la vista del periódico, con desgana.

¿Va a tomar algo?

Santiago, dudó un momento, no era esa la respuesta que él esperaba.

Perdone, si, si, una cerveza bien fría, por favor – Se nota que no les gustan los forasteros, pensó.

Tomó la jarra de cerveza y se acomodó en la barra, deseaba preguntar de nuevo, estaba cansado y necesitaba llegar cuanto antes a su alojamiento, pero no sabía, si en esta ocasión, la respuesta sería la que el ansiaba. Después de hacer algún comentario, sin demasiado entusiasmo, sobre lo bonito del lugar, volvió a preguntar.

¿Conoce, la pensión de doña Encarna? Está en la calle solana, ¿verdad? Es la dirección que me han dado… – dijo esperando que en esta ocasión le indicara como llegar.

¡Cómo no voy a saberlo! Aquí nos conocemos todos, cuando salga de aquí verá la Iglesia a su derecha, rodéela, después tome la segunda calle a la izquierda, allí hay un pilar, que ahora no echa agua, porque estamos en época de sequía ¿sabe usted? Siga por esa calle hasta el final, es una casa de piedra, que tiene un portón verde, no tiene perdida, pero en la fachada hay un letrero en letras rojas que lo indica.

Santiago dio las gracias. Con prisa atravesó la polvorienta plaza, subió al coche y rodeo la iglesia como le indicaron.

La pensión estaba apartada de la calle principal, esto no le molestó, muy al contrario, él había venido a trabajar y la tranquilidad del emplazamiento le garantizaría el descanso nocturno. Llamo al timbre, en el interior del patio se oyó una voz de mujer.

¡voy, ya voy! No tengas tanta prisa ahora, que te estoy esperando desde ayer, ya me podías haber avisado, decía mientras abría la puerta.

 Una mujer de mediana edad le abrió la puerta, llevaba recogido el delantal en la cintura, las mangas remangadas y el pelo recogido en un pequeño moño. Al ver el forastero se sorprendió.

Perdone usted, creía que era Juan, mi sobrino, ¿Qué desea?¿Es usted la señora Encarna, La agencia de viajes me dijo que me había reservado una habitación en su establecimiento, mi nombre es Santiago Alba.

Sí, sí, pase usted, me dijeron que llegaría hoy, pero no la hora, de todos modos, su habitación está preparada.

Encarna se quitó el delantal, e intentó arreglarse el pelo y el vestido.

¿Es todo su equipaje? – preguntó señalando la bolsa que llevaba en la mano. – Me imagino que ha venido en coche, aquí es difícil llegar, si no es con uno particular.

Sí, tengo varias bolsa más, pero no se preocupe, son cosas que necesito para mi trabajo, y prefiero tenerlas en él, así estoy seguro que no se me olvida nada de lo que necesito en la excavación.

¡Ah! Es verdad, me dijeron que era arqueólogo, que se marcharía temprano cada mañana, que cenaría en la pensión, pero que tendría que prepararle comida y bebida abundante para llevarse, ¿no es cierto?

El asintió y la siguió hasta la habitación. Pidió que le preparara algo rápido para comer, deseaba descansar, y planificar el trabajo de campo.

Cuando llegó a la excavación, apenas había amanecido. Una hora antes había desayunado y recogido las provisiones que Encarna le había dejado en el comedor. La distancia que tenía que recorrer hasta las ruinas era relativamente corta, apenas diez minutos en coche.  Los demás componentes del equipo ya estaban allí, normalmente eran estudiantes, voluntarios. Pero este año Santiago había tenido mucha suerte, el grupo había terminado la carrera de arqueología, y tenían mucha experiencia en los trabajos que iban a realizar, no era la primera vez que lo hacían juntos y sabían lo exigente que era. Los saludo uno a uno por su nombre. La camaradería reinaba entre ellos. Estaban allí para hacer lo que más les apasionaba, sacar a la luz los restos de un asentamiento de la edad de bronce. Comenzarían donde el año anterior lo había dejado, por falta de recursos. Cada vez era más difícil encontrar mecenas para estos estudios, por eso intentaban trabajar de sol a sol y no perder ningún minuto del día.

 Las herramientas que utilizaban, el montaje del laboratorio donde podían examinar cualquier resto por muy pequeño e insignificante era muy importante, todo se estudiaba concienzudamente, nada se dejaba al azar, lo más insignificante de lo encontrado era meticulosamente comprobado y catalogado. El sol durante el día era abrasador en la planicie, no había donde resguardase, solo las lonas que habían instalado les servían de refugio cuando el calor les era insoportable.

Los días pasaban, pequeñas herramientas de piedra, restos de huesos, y algún utensilio de cocina de barro, era todo lo descubierto hasta ahora. A veces encontraban en un metro cuadrado varios objetos juntos, como si estuvieran allí por algún motivo concreto, pero sin una explicación científica. Sin embargo, eso los animaba a seguir día a día, con la esperanza, de que pronto encontrarían algo extraordinario, importante. Que su esfuerzo y horas empleadas tendrían, más pronto que tarde, su recompensa, aunque sabían por anteriores campañas que esto, no siempre era así.

Santiago salió del yacimiento, quería inspeccionar los alrededores aun tenían trabajo que hacer en la zona, pero después de varios cientos de metros excavados, no habían conseguido nada extraordinario, quizás ya estaba agotado el yacimiento. Esa idea no le gustó, porque eso significaría, que todos había sido en vano y que el próximo año, le sería más difícil conseguir los fondos necesarios para seguir el estudio del asentamiento. Caminaba pensativo, sin fijarse muy bien donde pisaba, su pierna se hundió hasta la rodilla. Oyó como los huesos se rompían y un grito desgarrador por el dolor que sintió al momento, rompió la tranquilidad de la mañana.

Todos corrieron al oír los lamentos de Santiago.  

Era lo que habían estado esperando desde el principio, debajo de montones de ramas y de hojas muertas acumuladas durante años, se encontraba, la tumba mejor conservada que había descubierto jamás. Vasijas de barro, abalorios de diversos colores, esqueletos de animales domésticos y lo más importante de todo, el cuerpo momificado de un hombre, que, por su indumentaria, parecía alguien importante en la antigua comunidad que estaban estudiando. El desconcierto y la alegría de todos era comparable al descubrimiento que, de modo fortuito, se había producido en aquel momento.


Varias horas después…


Santiago, no sentía dolor, cuando volvió al campamento. La adrenalina aun le recorría todo el cuerpo y quería ponerse al frente de su equipo cuanto antes. Todo había cambiado en unas horas, ahora, estaba seguro que no se había equivocado, en sus estudios preliminares. Que algo muy importante estaba aún por descubrir y que su pierna rota no se lo iba a impedir.

El frenesí se apodero del campamento. El desencanto de días pasados, dio paso al optimismo, a la seguridad de que todo el esfuerzo anterior había merecido la pena. Los trabajos se reemprendieron inmediatamente, solo que ahora, la zona se amplió, hacia la parte más alta del terreno. Estaba convencido que era este lugar les revelaría, los secretos guardados durante milenios.

El día había tenido demasiadas emociones para Santiago, por un lado, estaba su accidente, pero lo que realmente le excitaba era el nuevo reto que tenía delante. ¡Lo habían soñado tantas veces! Y hoy, ahora tenía la posibilidad, mejor dicho, la seguridad de que estaba al alcance de su mano,

 En su interior le seguía dando gracias a Lucia por ser la responsable de esta extraordinaria situación. Aún recuerda cómo y cuándo se separó de ella. ¡La había amado tanto en tan poco tiempo ¡Aquel encuentro, sus paseos, su trabajo tan minucioso, su pasión por lo desconocido, la necesidad de descubrir lo que está oculto bajo cientos de años de olvido… Todo esto se lo debía “ella” y aun hoy, a pesar del tiempo transcurrido, su recuerdo, su gratitud era inmensa…

Unos toques en la puerta de la habitación le sacaron de sus pensamientos.

¡Señor Alba! siento molestarle, pero son las siete y pidió que le llamáramos, si no había bajado a desayunar – una voz desconocida para él le hablo desde el otro lado de la puerta.

Gracias, bajo enseguida.

Santiago se vistió con dificultad, la escayola de la pierna limitaba mucho los movimientos, aún tenía que acostumbrarse a ella. Apenas le dolía, los calmantes eran fuertes y aunque no abusó de ellos, le aplacaron el dolor. Peor llevaba, la necesidad de depender de alguien para llegar hasta él. Había tenido que pedir a uno de sus compañeros que fueran a buscarlo. Y hasta que la pierna se curara seria así.

El comedor de la posada, estaba en penumbra, aún no habían dispuesto lo necesario para el desayuno. No importaba; se sentó en la mesa que daba al gran ventanal desde el cual divisaba la gran esplanada que conectaba con la zona de las excavaciones, era su lugar favorito.

Las luces de la sala, le volvió de nuevo a la realidad.

Señor, ¿le sirvo el café?

Era la voz que había oído esta mañana, tras la puerta. la miro extrañado, era la primera vez que la veía allí. Pregunto con manifiesta curiosidad:

¿La señora Encarna está bien?

Sí señor, está bien, soy su sobrina y he venido a echarle una mano, mañana entran nuevos huéspedes…

Me alegro, pero por favor, nada de señor, mi nombre es Santiago. y tú ¿Cómo te llamas? – preguntó amablemente.

Mi nombre es Blanca, se…, digo Santiago. A partir de hoy seré yo quien sirva las comidas – dijo con una sonrisa.

Perfecto, así habrá una excusa para venir a comer—le dijo. Y un pequeño rubor coloreo las mejillas de la chica.

En el campamento las nuevas parcelas, estaban ya delimitadas. Solo esperaban que Santiago dieran la orden para comenzar en el nuevo emplazamiento.

Hoy habían cambiado el método de limpieza de la zona, querían descubrir las viviendas, el perímetro de la ciudad y, si era posible algunas tumbas nuevas.   

 – ¡Santiago! — era Carlos el que llamaba, – aquí parece que hay algo interesante. Se ven restos de una edificación de madera y barro.

Por aquí se ve lo que parece una antigua muralla – dijo Sergio.

Arrastrando su pierna intentaba estar lo mas cerca posible de donde se desarrollaban los trabajos. Era su deber y además disfrutaba participando con sus compañeros, con el más mínimo hallazgo. Estos eran cada vez más interesantes. A medida que pasaban los días, salieron a la luz vasijas de barro que contenían grano, huesos de animales que utilizaban como punzones, agujas, anzuelos, hachas de hojas planas, algunas pequeñas joyas hechas de plata y oro con pequeñas gemas engarzadas de forma tosca …

Trabajaban sin descanso. El tiempo se les acababa. Lo  que encontraban era muy importante. Revelaban como vivían, que comían y como era la organización del poblado, en aquella época. Todo era importante. Todo les servía para saber más y mejor de esos hombres que habían nacido, vivido y muerto en este asentamiento. Eran páginas de un libro que, al principio, estaban en blanco y que desde que apareció la primera tumba se fue llenando de conocimientos, de enseñanza para las generaciones futuras.

Un mes después todo había acabado. Estaban celebrándolo en el comedor de la pensión. Charla animada, felicitaciones recíprocas… Se palpaba la alegría que respiraba  aquel grupo de hombres y mujeres que durante cuatro meses habían convivido y sufrido en sus carnes todo tipo de sucesos.

A Santiago como jefe de la excavación, le esperaban conferencias e interminables entrevistas. La vuelta a su vida “normal”, tendría que esperar un tiempo. A pesar de su pierna lesionada, era necesario dar a conocer al mundo todo lo que habían descubierto. Los medios sociales eran la mejor y más rápida forma de llegar al mayor número de personas posibles.”Quizás el relato de cómo se desarrolla el trabajo y la curiosidad por los objetos ocultos durante miles de años, les resultara atractivo a jóvenes con ganas de nuevas experiencias”. Ese pensamiento es lo que le empujaba a seguir trabajando duro.

 A él le había servido la pasión por una mujer y el privilegio de vivir gran parte de su vida, en un lugar lleno vestigios de otras épocas.  

Fotógrafos: Imagen de Peter H | Götz Friedrich

El descubrimiento comentarios en «4»

  1. Un buen relato de María José, donde nos enseña que en cualquier sitio puedes realizar tu afición o profesión y encontrr el amor. Me ha gustado la historia y la manera de contarla, dejamdo a tu imaginación libre para apensar en como puede terminar la historia. Me ha gustado.

    1. Gracias por su comentario Angel. En efecto el relato de María José nos ha gustado porque habla de las pasiones, tanto por el amor como por la historia, dos grandes motores del mundo. ¡Feliz año!

  2. Me ha gustado mucho la premisa de que la historia del pasado es en verdad “enseñanza para las generaciones futuras”. Indudablemente hemos de saber de donde venimos para entender hacia donde nos dirijimos. Y si agudizamos bien las neuronas, ese conocimiento nos tendría que impedir cometer algunos errores!

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