Essaouira, La Orden del Ibis Negro
Capítulo LII

Moriarty ordenó a sus piernas que avanzarán la una detrás de la otra. Sus ojos nublados en gris no percibían más allá de lo que alcanzaban sus manos.

Estaba claro que se encontraba en una situación de debilidad y de inferioridad y por lo tanto no tenía más remedio que obedecer aquella suave voz.

Al atravesar la puerta, una neblina de luz, se interpuso delante de él como una pantalla de cine.

Una mezcla elaborada entre visión turbada y tiniebla. Algo en su consciencia le indicaba que ya eran demasiados viajes, demasiadas horas, demasiadas sensaciones, demasiada intensidad para una vida.

Era este un momento en el que cualquier decisión que se tomase sobre él, sería bien aceptada si eso suponía descanso. A través de su mente y de sus venas la oleada de sentimiento de derrota vital era plena.

Al final del pasillo no había puerta. Se divisaba una especie de cortinón oscuro que hacía intuir la sucesión hacia una estancia mucho más amplia.

Foto: Lalesh Aldarwish

Los pasos se apretaron. El sonido de un engranaje hizo entender que el cortinón se habría poco a poco.

Moriarty estaba absolutamente desconcertado. No entendía nada de aquello que sus ojos cansados podían vislumbrar en este momento.

Aproximadamente 10 o 12 mesas redondas en las cuáles estaban instalados unos cuántos comensales departiendo plato mantel y tertulia.

Ni siquiera dirigieron su mirada ante la entrada de un hombre que a ellos debiera resultarles extraño.

Ahora bien, lo inesperado e inconcebible se encontraba en el escenario que se elevaba al fondo de la sala.

Un hombre extremadamente alto y pálido vestido de frac estaba sentado ante las teclas de un piano de cola. Sin embargo el sonido que salía del propio escenario era el de un violín muy bien acompasado de notas barrocas.

Una mujer arropada por una capa blanca, alzó las dos manos.

Mujer:
“¡Mostrad respeto hacia el Gran Maestre!”

Una figura emergió de la oscuridad.

Moriarty, al reconocerlo, cayó al suelo desvanecido.


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