Essaouira, La Orden del Ibis Negro
Capítulo XL


Los tres se incorporaron en la estancia y un aroma envejecido les recubrió su cuerpo e incluso podría decir que su alma. Mirra y sándalo vagaban por el aire. Una mesa de madera noble se extendía a lo largo de la habitación

En la pared frontal y en las dos laterales, 4 retratos en cada una de ellas, mostraban los perfiles hieráticos 12 Cardenales nombrados Papas. Vestidos con ropajes preconciliares, tocado tonsural y abrigo de armiño.

Portaban entrelazados en sus manos dos objetos sorprendentes:

¡El cayado y el mayal de los faraones egipcios! ¡Era una incongruencia majestuosa!

Ninguno de los tres había podido observar figuras con aquellos complementos en ninguno de los museos conocidos del mundo. Y también podrían decir que en ninguno de los museos solo abiertos para determinados ojos expertos como los suyos.

Tanto la disposición de las paredes, sus elementos de adorno, sitiales, terciopelos y tapices, el lugar destinado al Orador, las imágenes del Cristo. Todo ello era una recreación a escala de la Sala Vaticana.

Pero volvamos a la observación de nuestros 3 protagonistas. Ninguno de los tres podía comprender la disposición de aquellos dos elementos de la sacralidad egipcia, en las manos de los vicarios de Cristo en la tierra. El sincretismo era tal, que ni en los sueños más profundos de sus noches de absenta, Moriarty podría haber concebido.

  • Ningún escrito, ningún manuscrito incunable, ningún libro, ni siquiera de los prohibidos por el Dogma a los que Moriarty había tenido acceso, denotaban siquiera una pequeña señal o atisbo de relación entre las dos civilizaciones sagradas.

Cordelia quiso separarse de ese pensamiento ya que le perturbaba.
Y por ello trató de ensimismarse en la bella factura de los retratos. Fijó su mirada en los nombres de los diferentes Papas. Sus rodillas temblaron y su vista se volvió borrosa.

¡ Paulo Sacro Azariel X, Benedicto Hierofante II, Domenico Gamadiel Nono,…!

¡ESOS PAPAS NO HABIAN EXISTIDO!

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