Un aturdimiento feroz y un ruido de trueno de fin de mundo, como la campana de una iglesia repicando dentro de su cerebro, desordenaba los pensamientos de Morarty.
Intentaba razonar paso a paso con respecto a todos aquellos acontecimientos, y sin embargo todo ello se tambaleaba como un castillo de naipes. Cada vez que un pensamiento se enfundaba en su cerebro, un martillo de herrero se estampaba entre sus neuronas.
Era tal el dolor que en aquel momento hubiese preferido sufrir de una amnesia total.
Al fin pudo entreabrir los ojos. Se encontraba recostado en un vehículo.
A su lado el portafolios y un sobre lacrado. Delante dos hombres. Un conductor aparentemente mudo, y a su lado un hombre joven atlético y que frente a él en el salpicadero, un revólver brillaba.
Pudo distinguir a través de la ventanilla que se acercaban a la Terminal de Pasajeros internacional.
Unos pocos metros antes de dar el giro oportuno hacia el estacionamiento de la misma, el conductor giró el volante de manera suave, y se introdujo en un pequeño camino asfaltado, que conducía a los hangares de aviones particulares.
Hasta ese momento no se había percatado de su situación en el asiento de atrás.
¡CORDELIA NO ESTABA JUNTO A EL!
El dolor de cabeza no le hacía pensar con claridad, sin embargo les espetó a los dos pasajeros delanteros: ¿Qué ha ocurrido con mi amiga Cordelia?
¿No íbamos los dos a tomar el mismo avión hacia el Vaticano? ? Qué es lo que han hecho con ella? ? Dónde se encuentra?
¡Diganmelo de inmediato!
El conductor giró levemente la cabeza. Desplegó uno de sus brazos fuera del volante y le hizo el signo del silencio entre sus labios. El otro caballero con la mano extendida hacia abajo le indicó que se recostarse en el asiento.
Acababan de entrar en zona de tránsito internacional. Era un terreno desconocido. La policía podía detener independientemente del pasaporte que se tuviese en la mano.
El automóvil paró. El hombre joven se bajó del mismo y y abrió la portezuela trasera. Tomó a Moriarty del hombro, y lo extrajo del vehículo de malos modos.
Hombre joven: ” Recoja el portafolios y el sobre lacrado. Diríjase a la puerta 33. Enseñe la documentación que tiene en el bolsillo interior de la chaqueta. Y no se olvide de llevar este revólver”.
¡Le hará falta!
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Desde España: José María Agüeros es abogado, trader y amante del arte.
En su faceta de escritor vocacional, cada lunes nos deleita con un nuevo capítulo de la apasionante trama de Essaouira, La Orden del Ibis Negro.