Essaouira, La Orden del Ibis Negro
Capítulo XLVII


Moriarty subió el tramo de escalerilla que le restaba para acercarse a la puerta de entrada. Ésta era de escasa altura lo cual le hizo inclinar ligeramente la cabeza. La sonrisa de las dos mujeres militares parecía iluminarle el camino.

Con un acto reflejo miró a izquierda y derecha y se percató de que en los puestos de mando del avión, dos hombres vestidos de militar escrutaban el libro de ruta.

A la derecha una cortina de corte elegante, separaba a los pilotos y tripulación, de la cabina de pasajeros. La mano de una de las militares separó la cortina y Moriarty pudo ver el interior.

El avión parecía haber sido amueblado y estructurado de nuevo por dentro. Únicamente dos líneas de asientos, una a cada lado, y 5 asientos en cada línea.

De la ventanilla de la izquierda dos sillones estaban ocupados.

Uno por una mujer madura, perfectamente trajeada, con un bolso de mano que denotaba calidad y el gusto por el lujo. Su cabeza girada hacia la ventanilla, ensimismada y cubiertos sus ojos por gafas de sol de carey.

En esa misma fila y 2 asientos más atrás, un hombre joven con gafas de lectura, se afanaba nervioso en ordenar un cuaderno de notas…

Alcanzó a ver la entrada de Moriarty y le esbozó una sonrisa forzada. La mujer impasible seguía observando por la ventanilla. O por lo menos eso es lo que parecía.

En la fila de la derecha un hombre obeso observó los zapatos de Moriarty. ¿Por qué haría aquello? Sus zapatos eran de lo más normales estaban limpios y relucientes, sin ninguna señal o signo que les hiciese particulares.

Sin embargo el nombre obeso no dejaba de mirar aquellos zapatos. Ni siquiera hizo un gesto de buenos días a la entrada de Moriarty.

Francamente curioso aquel personaje. La camisa no le llegaba al cuello. El traje era pretendidamente elegante pero se apreciaba que era de baja calidad. Pretencioso en si.

Un reloj que manifestaba una ostentación muy ordinaria. Y eso sí, un sello en el dedo meñique de la mano derecha que le resultaba familiar.

De momento no podía distinguir el detalle, una figura reconocible para él.

Al sentarse a su lado Moriarty simuló un traspiés. El sello lo tenía ahora aproximadamente a unos centímetros.

¡Era el sello de la Orden del Ibis Negro!

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