Essaouira, La Orden del Ibis Negro
Capítulo XXIX

Moriarty se dirigió a la puerta y la abrió ágilmente. Un aire frío le golpeó en el rostro. Frente a él, una figura estática le clavaba la mirada. Moriarty se estremeció. ¡Las pupilas de aquel hombre no tenían color! Eran blancas y reflejaban la luz. Tenía frente él a un ciego o eso creía.

Moriarty: ¿Quién eres? ¿Qué nos quieres decir con este mensaje? ¿Quién te envía?

El hombre ciego juntó sus manos en acto de penitencia, murmuró unas palabras ininteligibles, giró su cuerpo, y comenzó a correr por el pasillo.
Moriarty palideció ¡En un soplo de tiempo aquel hombre sin vista había desaparecido con una agilidad asombrosa! En un último esfuerzo Moriarty apreció cómo se encaramaba a una ventana saltando a su través. Se hizo el silencio.

Cordelia: ¿Has podido entender sus palabras?
Moriarty: Solo un esbozo. Algo semejante a ” Vosotros los elegidos…”
Nada más. ¡No entiendo este mensaje!

Moriarty y Cordelia, sin decirse nada prepararon sus pertenencias encontrándose en la puerta de la habitación. Dispuestos a partir, rozaron con sus pies el angosto pasillo de salida.

Todo les empujaba a viajar hacia el Vaticano para descubrir su misión.
Cordelia se sentía observada. Así se lo hizo saber a Moriarty. Cuando ya estaban en el exterior del edificio, desde lo alto de una de las torres de aguja, un hombre les miraba, encubierto en su hábito negro. Un rayo de luz se reflejó en su cara. Atravesó su rostro. Un leve resplandor se instaló en sus ojos. ¡Era el hombre ciego!

Moriarty: Cordelia, busquemos un vehículo. Ya he podido descifrar las palabras del hombre ciego.

” Vosotros los elegidos. Recuperad para la Fe el Trono de Pedro”


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